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Y fué á buscar un canastillo y una cuerdecilla, como lo hizo. Acordóse entónces Lorenzo de los panes que encontró cerca de la cruz de San Dionisio, y decia para sf: «Esta es una restitucion, y quizá mejor que si yo hubiera hallado su propio dueño, porque esta es además una obra de misericordia.»

—En cuanto á lo que usted me dice, buena mujer, acerca del Comisario,-prosiguió Lorenzo,-siento no poder servir á usted, porque soy forastero y no tengo conocimiento alguno de este país; pero como encuentre algun hombre humano y bastante accesible para poderle hablar, se lo diré sin falta alguna.

Suplicóle la mujer que no dejase de hacerlo, y le dijo el nombre de la calle para que supiese indicarlo.

—Tambien usted-repuso Lorenzo- puede hacerme una caridad, sin que le sirva de molestia. Sabrá usted darme razon de unos señores de Milan, la easa de?

—Yo bien sé-contestó la mujer-que hay estos señores en Milan; pero no sé la calle: siguiendo por alli, no dejará usted de encontrar quien le dé noticias: cuidado no olvide de nosotros.

—No tenga usted miedo,-dijo Lorenzo, y prosiguió su camino.

A cada paso oia aumentarse y acercarse un ruido que ya empezó á nolar cuando estaba parado hablando con la mujer, ruido de ruedas, caballos y campanillas, y de cuando en cuando chasquidos de látigo y muchas voces.

Miraba adelante sin divisar cosa alguna, hasta que llegado al fin de aquella torcida calle, al desembocar en la plaza de San Márcos, la primera cosa que se presentó á su vista fueron dos vigas levantadas horizontalmente con unas cuantas garruchas colgando de ellas, y no tardó en conocer que era (cosa muy comun en aquel tiempo) el abominable tormento. Esta máquina de diabólica invencion, no sólo estaba puesta en aquel paraje, sino en todas las plazas y calles más espaciosas, para que los diputados de cada cuartel de la ciudad, autorizados ámpliamente con las facultades más arbitrarias, pudiesen mandar aplicar á ella cualquiera que juzgasen merecer semejante castigo, con especialidad encerrados que quebrantasen la reclusion, ó dependientes que faltasen å su debcr. Era este uno de aquellos remedios excesivos é ineficaces que en aquel tiempo, y particularmente en circunstancias como aquellas, se empleaban con tanta profusion como abuso.

Miéntras estaba Lorenzo mirando aquel instrumento y