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de voces y gemidos que, al paso que infundian tristeza, no dejaban de causar algun consuelo.

Muertas en aquella hora quizá las dos terceras partes de los vecinos, fugados, 6 padeciendo una gran parte de los restantes, reducido á nada el concurso de afuera, de los pocos que andaban por las calles apénas se encontraba uno en quien no se manifestase algo de extraño, lo suficiente para indicar una funesta mudanza. Veianse las personas más calificadas sin capa, parte esencialísima entónces de todo traje decente, sin solana los eclesiásticos, sin hábito los frailes, en una palabra, desterrada toda forma de vestido que, extendiéndose con el aire, pudiese tocar alguna cosa, 6 facilitar (que era lo que más se temia) su oficio á los untadores. Fuera de este cuidado de llevar la ropa muy ceñida al cuerpo, todos iban desaliñados y descompuestos, con las barbas muy largas los que las llevaban atusadas, 6 crecidisimas los que solian afeitarse, como tambien largo y desgreñado el cabello, no sólo por aquel abandono que dimana de un continuado abatimiento, sino tambien porque se tenian por sospechosos los barberos, sobre todo desde que fué preso y condenado á muerte como untador famoso uno de ellos llamado Juan Jacobo Mora, nombre que crnservó por largo tiempo gran celebridad de infamia, siendo así que la mereceria mucho mayor y más justa de lástima. Casi todos llevaban en la mano un palo, y algunos una pistola, como para amenazar á cualquiera que quisiese acercarse demasiado, y en la otra pastillas de olor, 6 bolas huecas de madera ó melal con esponjas dentro empapadas en vinagre medicinal, las cuales aplicaban de cuando en cuando á las narices. Otros llevaban al cuello un pomito con un poco de azogue que renovaban de tiempo en tiempo, persuadidos de que este metal tenía la virtud de absorber y retener todo efluvio pestilencial. Los caballeros nismos no sólo andaban por las calles sin su acostumbrado acompañamiento, sino que se les veia con su esportillo en el brazo ir comprando las cosas necesarias al sustento de la vida. Cuando dos amigos se encontraban en la calle se saludaban de léjos por señas y de prisa. Tenian todos mucho que hacer para no tropezar en los asquerosos y mortiferos objetos de que estaba sembrado á veces enteramente el suelo. Cada uno procuraba ir por medio de la calle, temiendo siempre algun tropiezo, 6 que cayese de las ventanas algun cadáver, ú otro peso funesto, como igualmente los polvos venenosos que, segun decian, á veces se habian dejado caer de allí sobre los pa-