Página:Los novios. Historia milanesa del siglo XVI (1880).pdf/476

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 464 —

sajeros, ó recelando que las paredes pudiesen estar untadas. De esta manera la ignorancia cautelosa fuera de tiempo añadia ahora angustias á angustias, é infundia falsos temores en lugar de los racionales y saludables que desechó al principio.

Esto era lo ménos espantoso y ménos lastimero que cercaba á los sanos y á los que tenian alguna conveniencia.

Nosotros, despues de tantas imágenes de miseria, y pensando en otra aún más grave que tenemos que recorrer, no nos detendremos en describir el cuadro que presentaban los apestados que andaban arrastrando por las calles ó yacian en ellas, como eran los mendigos, los niños y las mujeres. Este cuadro era tal, que el que lo miraba podia considerar como una especie de doloroso consuelo lo que á los distantes y á nosotros se nos presenta á primera vista como el colmo de los males, esto es, el ver á qué corto número se redujeron los vivos.

Por entre esta desolacion habia ya andado Lorenzo una gran parte de su camino, cuando á pocos pasos de una calle por donde debia torcer, oyó un confuso bullicio en el cual sobresalia aquel acostumbrado horrible campanilleo.

A la entrada de la calle, que era de las más espaciosas, vió en el medio de ella cuatro carros parados, y la misma baraunda que se advierte en un mercado de granos, de ir y venir gente, de llevar y cargar sacos: tal era la bulla en aquel punto. Los sepultureros que se metian en las casas, sepultureros que salian con una carga en el hombro que echaban sobre uno ú otro carro; algunos con traje encarnado; otros sin este distintivo, y muchos con otro más odioso de plumas y cintas de varios colores, que aquellos hombres soeces llevaban á modo de demostracion festiva en tanto luto. Salia de cuando en cuando de alguna ventana la voz lúgubre de: «Aquí, monato;» y con voz todavía más siniestra, salia de aquel funesto enjambre la contestacion de cinos para que se apresurasen, á las cuales respondian los sepultureros con votos y blasfemias.

Entrando Lorenzo en la calle, aceleraba el paso, procurando no mirar aquellos estorbos, sino en cuanto era necesario para no dar en ellos, cuando su vista vagarosa tropezó en un objeto de una compasion que excitaba á contemplarle; por lo cual se paró casi contra su voluntad.

Bajaba del umbral de una de aquellas puertas y se dirigia á los carros una mujer, cuyo rostro, al paso que anunciaba hora ó en su lugar eran quejas de ve-