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| —Señora! ¡señora! ¡Una palabra en caridad! ¡Por el alma de sus difuntos!...

Pero todo era hablar á la pared.

No ménos afligido Lorenzo por el anuncio, que indignado por el modo, agarró de nuevo la aldaba levantándola para İlamar otra vez desesperadamente, y luégo quedaba suspenso. Con semejante agitacion se volvia á ver si parecia alguno de la vecindad de quien pudiese tomar más informes, y adquirir mejores noticias; pero la primera y única persona que se le presentó fué otra mujer á la distancia de unos veinte pasos, la cual con cara que expresaba terror, odio, impaciencia y malicia, con ojos torcidos, como para mirar á dos partes, con la boca abierta, como para dar voces, sin atreverse á echar el aliento, y con levantar sus brazos descarnados, alargar y retirar sus manos arrugadas, y los dedos encorvados, como si quisiese alraer hácia sí alguna cosa, manifestaba querer liamar gente. Al encontrar su vista con la de Lorenzo, se puso más horrenda, estremeciéndose como persona cogida infraganti.

—iQué diablos?...-dijo Lorenzo levaulando tambien la mano hácia la mujer.

Pero csta, perdida la esperanza de que le prendiesen al descuido, dejó libre la voz, comprimida hasta entónces, gritando desaforadamente:

—Un untador! ¡Un untador! ¡A él, á él' /Un untudor!

—¿Quién? ¿Yo? Ah, bruja embustera! Calla,-gritó Lorenzo, y dió un brinco hácia ella para intimidarla y hacerla callar.

Pero en aquel instante se acordó que más cuenta le tenía pensar en sus cosas. A los chillidos de la mujer empezó á acudir g-nte de las dos partes, no tanla como en igual caso hulbiera acudido en otro tiempo, pero sobrada para acogotar á un hombre. Abrióse en el mismo instante la ventana, y aquella misma mujer, poco ántes tan desatenta, se asomó ahora del todo gritando tambien ella:

—jA é! ¡A él! cogedle, que sin duda es uno de los bribones que van untando las puertas de las gentes honradas.

Decidió Lorenzo en un soplo que seria más acertado zafarse de aquella gente, que pensar en justificaciones; de consiguiente echó una mirada á una y oira parte para ver dónde habia ménos pueblo, y por aili picó de soleta. De un empellon apartó á uno que le impedia el paso; de un puñetazo en el pecho echó á rodar á otro que venía contra él, y de esta nanera siguió galopando con el puño en el aire y bien apretado, para recibir á cualquiera que hubiese