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detenian apretando los dientes y amenazando con gestos á Lorenzo, el cual por su parte contestaba meneando los nuños en el aire.

-Déjame á mí, verás ahora,-le dijo uno de los enterradores.

Y arrancando de encima de un cadáver un pedazo de trapo asqueroso, le hizo un nudo aprisa en una de las puntas, y agarrándole por la otra á manera de honda, aparentó quererle arrojar contra aquellos obstinados, diciendo á gritos:

—Aguarda, canalla, aguarda! Horrorizados con esta amenaza, dieron todos la vuelta corriendo á punto el postre, de modo que Lorenzo no vió ya menearse sino talones y pantorrillas.

Celebraron los monatos con algazara y risotadas el triunfo, y acompañaron con voces de escarnio á los fugitivos.

—Ya ves tú,-dijo á Lorenzo el mismo sepulturero,- cómo nosotros sabemos defender á los hombres honrados.

Uno de nosotros vale por ciento de esos cobardes.

—Cierto, te puedo decir que os debo la vida, y os doy las gracias.

—Nada, amigo,-replicó el sepulturero:-tú lo mereces, se ve que eres un guapo mozo. Haces bien en untar á esa canalla: úntalos bien, y acaba con ellos; que nada valen sino cuando están muertos: en premio de la vida que hacemos, nos maldicen á todas horas, y están diciendo que acabada la peste, nos han de aborcar á todos. Han de morir ellos ántes que la mortandad, y los sepultureros han de quedar solos para cantar la victoria, y pasar buena vida en Milan.

—Viva la mortandad, y muera la canalla!-exclamó el otro.

Con este hermoso bríndis, se echó á la boca el frasco, y teniéndolo con las dos manos, entre los traqueos del carro se humedeció bien el gaznate; se le ofreció luégo á Loren- 20, diciendo:

—Toma, bebe á nuestra salud.

—Os la deseo de corazon,-dijo Lorenzo;-pero muchas gracias: no tengo ganas de beber en este momento.

—Bravo miedo has tenido, segun parece!-dijo el monato.-Se me figura que eres un poco hombre: es menester otro desparpajo para ser wntador.

—Cada uno se ingenia como puede,-dijo el otro sepulturero.

—Dámelo aquí á mí,-dijo uno de los que iban á pié al