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Quitóse por fin de aquel punto, y fué siguiendo el cercado, hasta que un monton de cabañas le obligaron á separarse. Prosiguió entónces caminando al lado de las mismas cabañas, con ánimo de alcanzar otra vez el cercado, y dando la vuelta descubrir nuevo terreno. Miéntras miraba adelante para contiuuar el camino, hirió su vista un objelo pasajero y momentáneo, que exeitó en él una alteracion extraordinaria. Vió á unos cien pasos de distancia pasar y perderse entre las cabañas un capuchino que, aunque distante y de paso, se parecia en el modo de andar, en el aire y en el porte al padre Cristóbal. Con el afan que es fácil imagınar, .corrió hácia aquella parte, dando mil vueltas, buscando por todos lados, y recorriendo todos aquellos callejones, tanto, que volvió à ver con otro tanto gozo aquel mismo fraile con la misma semejanza: le vió algo más de cerca, y que separándose de un gran caldero, iba con una cazuela en la mano hácia una barraca: le vió luégo sentarse á la puerta, hacer una señal de crnz sobre la eazuela y ponerse á comer despues de haber mirado alrededor, por si álguien con urgencia le buscaba. Efectivamente, era el padre Cristóbal.

Su historia, desde que le perdimos de vista hasta este encuentro, la referiremos en dos palabras. No se habia movido de Rimini, ni pensado en moverse, hasta que declarada la peste en Milan, le ofreció la ocasion de sacrificar su vida por el prójimo, que era lo que siempre habia descado. Pidió con grande instancia asistir y servir á los apestados. El tio conde habia muerto, y como por otra parte era mayor la necesidad de enfermeros que de políticos, se le concedió sin dificultad lo que solicitaba. Con esto vino á Nilan, y entró inmediatamente en el Lazareto, en donde habia ya tres meses que permanecia.

Pero el placer de encontrar al buen religioso no fué para Lorenzo sin espinas, pues le encontró sumamente acabado, flaco, y.con tan pocas fuerzas, que sólo su amor al prójimo podia sostenerle en aquel penoso ejercicio.

Miraba él tambien al jóven que se le acercaba, y que con gestos, no atrev:éndose á levantar la voz, procuraba darse á conocer.

—Ah, padre Cristóbal!-exclamó, estando ya tan cerca que pudiese ser oido sin gritar.

—Tú por aca!-dijo el Capuchino poniendo en el suelo la cazuela y le vantáudose de su asiento.

—¿Cómo está usted, Padre? ¿cómo está usted?-dijo Lorenzo.