-Aguárdate aquf,-dijo el fraile.
Y tomando otra cazuela, fué á llenarla al caldero: vuelto al momento, se la presentó con una cuchara: le hizo sentar sobre un gran saco, que le servia de cama, y llegando luégo á un barrilito que estaba en un rincon, sacó un vaso de vino, le puso en una mesita cerca de su huésped, tomó de puevo la cazuela suya, y se sentó al lado de aquél.
—jOh! padre Cristóbal, sólo usted hace estas cosas: se ve que usted siempre es el mismo. Yo le doy las gracias de todo corazon.
—No me des las gracias,-contestó el religioso:-este es el caudal de los pobres; y tú tambien eres pobre en este mómento. Ahora díme lo que no sé; pero no gastes muchas palabras, porque el tiempo es corto, y hay mucho que hacer, como ves.
Principió Lorenzo, entre cucharada y cuchararda, la historia de Lucía; cómo fué recogida en el convento de Monza, cómo robada... Al oir el Padre sus padecimientos y peligros, y al pensar que él habia sido el que la habia enviado á aquel paraje, se estremeció; pero cobró aliento al saber cómo fué milagrosamente librada, restituida á su madre, y acomodada en casa de doña Práxedes.
—Åhora le diré mis aventuras,--prosiguió Lorenzo.
Y contó en resúmen la jornada de Milan, la fuga; cómo siempre estuvo fuera de su casa; cómo hallándose entónces todo revuelto, se habia animado á ir á su pueblo; cómo allí no habia encontrado á Inés, y cómo habia sabido que Lucia estaba en el Lazareto.
—Aqui estoy, pues,-concluy%;-aquí estoy, ansioso de hallarla, de saber si vive, y si tiene todavía la misma intencion... porque... á veces...
—Pero jeómo ha sido el dirigirte aquí?-preguntó el Capuchino.-Tienes algun indicio del paraje donde la han colocado? ¿de cuándo ha venido?
—Nada, Padre mio, nada;-contestó Lorenzo,-sino que aquí está, si es que está, ¡que Dios lo quiera!
—Pobrecillo! ¿Y hasta ahora qué diligencia has practicado?
—He dado vueltas y vueltas; pero hasta ahora no he visto sino hombres. Bien me he figurado que las mujeres estarian en otra parte separada; pero no he podido encontrarla; y si es así, ahora podrá usted enseñármela.
No sabes tú, hijo mio, que está prohibido que éntre allá persona alguna que no tenga algun encargo?
—Y qué podrá sucederme?