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luégo irá con ellos. A este último toque procurarás estar allí, y colocarte detras de todos, en donde sin estorbar ni llamar la atencion puedas verlos pasar, mirando con cuidado por si estuviere entre ellos. Caso que no quiera Dios que allí la encucntres, aquella parte... (y levantó otra vez la mano, señalando el lado del edificio que tenía al frente) aquella parte y la del campo que hay delante están destinadas para las mujeres. Verás una estacada que separa aquel cuartel del nuestro; pero como en unos parajes eslá rota, en otras derribada, no hallarás dificultad en entrar.

Luégo dentro, no haciendo cosa que dé motivo á sospechar, nadie probablemente te pondrá estorbo; mas si por acaso te dijesen algo, contestarás que ercs conocido del padre Cristóbal de, y que él responderá por tí. Allí podrás buscarla con confianza en Dios y resignacion, porque no debes desentenderte de que es mucho lo que has venido á buscar en este sitio. ¡Buscar una persona viva en el Lazareto! Sabes tú cuántas veces he visto renovarse este mi pobre pueblo? ¿cuántos he visto llevarse? ¿y qué pocos salir? Véte preparado á hacer un sacrificio...

—Ya, ya lo entiendo,-interrumpió Lorenzo inmutándose,-lo entiendo. Iré, miraré, buscaré en todas partes de arriba abajo, en todos los parajes más ocultos del Lazareto, ¡y si no la encuentro!...

—Si no la encuentras, qué harás?-preguntó el Capuchino con tono de gravedad y ademan de amonestacion.

Pero Lorenzo, á quien la cólera quitándole ya la razon le hacía olvidar todo respeto, repitió y prosiguió:

—Si no la encuentro, haré por encontrar á algun otro, 6 en Milan, 6 en su infame palacio, 6 al cabo del mundo, 6 en los infiernos. ¡Si encontrara á aquel bribon que nos ha separado!... A no haber sido por él, hace ya más de veinte meses que Lucía fuera mi mujer; y si nuestra suerte era la de haber muerto, á lo ménos hubiéramos muerto juntos.

Sí; como no se le hayan llevado los demonios, yo le encontraré.

—¡Lorenzo!-dijo el fraile cogiéndole de un brazo, y mirándole todavía con más severidad.

—Y si le encuentro,-dijo el jóven, ciego enteramente de cólera,-si la peste no ha hecho ya el oficio de la justicia... ya no estamos en tiempo en que un cobarde pueda, rodeado de sus salélites, reducir las gentes á la desesperacion, y burlarse de todos. Ya ha llegado el tiempo en que los hombres se encuentren cara á cara... Yo sabré hacerme justicia.

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