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-jDesgraciado!-exclamó el padre Cristóbal con voz que habia adquirido toda su antigua energía.-¡Desgraciado!-repitió con la cabeza erguida, que åntes ienía inclinada sobre el pecho, recobrando al mismo tiempo sus mejillas el antiguo color de la juventud, y teniendo no sé quẻ de terrible el movimiento de sus ojos.-¡Mira, infeliz!

—proseguia, al paso que con una mano apretaba y sacudia el brazo de Lorenzo, y señalaba alrededor con la otra la dolorosa escena que le cercaba.-Observa quién es el que castiga, el que aflige y perdona; pero tú, gusano de la tierra, quieres ejercer la justicia! Véte, infeliz, véte. Yo esperaba, si, lo esperé, que ántes de mi muerte, Dios me hubiera concedido el consuelo de oir que mi pobre Lucía era viva, y quizá el de verla, y oirla prometerme que en sus oraciones no olvidaria el hoyo que ha de recibirme.

Véte: tú me has privado de esta lisonjera esperanza. No, Dios no la ha dejado en este mundo para tí, y tú por cierto no tendrás la osadía de creerte digno de que Dios te consuele. A ella la habrá atendido el Señor, porque es de aquellas almas para quienes están reservados los consuelos eternos. Véte, que ya no tengo tiempo de escucharte.

Diciendo esto, apartó de sí el brazo de Lorenzo, y se dirigió hácia una cabaña de enfermos.

—Ah, Padre!-dijo Lorenzo, siguiéndole con demostraciones de súplica;-iquerrá usted echarme de esta manera?

—Cómo!-repuso el Capuchino con voz no ménos severa:-odrás pretender que yo robe el tiempo á esos desgraciados, los cuales me aguardan para que les hable del perdon de Dios, á fin de oir tus voces de encono y tus proyectos de venganza? Te escuché cuando me pedias consuelo y direccion; dejé da caridad en favor de la caridad; pero ahora, con la venganza en el corazon, qué quieres de mí? Véte: he visto morir aquí muchos ofendidos que perdonaron, y muchos ofensores que se afligian por no poder postrarse delante del ofendido: con unos y otros he İlorado; pero 2qué he de hacer contigo?

—jAh! ¡le perdono! ¡le perdono de corazon y para siempre!-exclamó el jóven.

—¡Lorenzo!-dijo con ménos severidad el Capuchino,- acuérdate de que no es esta la primera vez que le has perdonado.

Algun tiempo estuvo sin recibir contestacion, cuando inclinó de pronto la eabeza, y con voz humilde prosiguió:

—Sabes tú por qué llevo yo este hábito? Lorenzo estaba perplejo.