Página:Los novios. Historia milanesa del siglo XVI (1880).pdf/495

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 483 —

-¿Lo sabes tú?-repuso el anciano.

—Lo sé,-contestó Lorenzo.

—Yo tambien aborrecf: yo, que te he reconvenido por un pensamiento, por una palabra, aborrecí á un hombre de todo corazon, le aborrecí por largo tiempo y le quité la vida.

—Si; pero un prepotente,-contestó Lorenzo,-uno de aquellos...

—Calla,-interrumpió el religioso.-¿Crees tú que si hubiera una buena razon no la hubiera encontrado yo en treinta años? ¡Ah! si yo pudiera introducir en tu corazon el afecto que luégo he profesado y profeso al hombre á quien odiaba!... Si pudiera yo... pero, gyo? Dios es quien lo puede, y ;Dios lo haga! Escucha, Lorenzo: Dios te ama más que tú à ti mismo: tú pudiste pensar en tu venganza, pero él tiene bastante fuerza, bastante misericordia para impedirla: te hace en esto una gracia. Tú sabes, y muchas veces lo dijiste, que éi puede detener la mano de un prepotente; pero sabe tambien que puede desarmar la de un vengativo. Y porque eres pobre y estás ofendido, ¿crees tú que Dios no puede defender contra tí á un hombre que creó á su imágen y semejanza? ¿Piensas tú que te hubiera dejado hacer lo que quisieras? No. En fin, como quiera que salgan tus proyectos, cualquiera que sea la fortuna que logres, ten por seguro que todo será para tu castigo, miéntras no le perdones de un modo que ya no tengas que decir otra vez: yo le perdono.

—Si, sí,-dijo Lorenzo muy conmovido,-conozco que nunca le perdoné de véras; conozco que hablé como una bestia, y no como cristiano, y ahora por la gracia del Señor, le perdono, y le perdono de todo corazon.

—¡Y si lo vieras?

—Pediria al Señor que me diese paciencia, y que á él le tocase el corazon.

—¿Te acordarias que el Señor no nos dijo que perdonemos á nuestros enemigos, sino que los amemos?

—Sí, con su auxilio.

—-Ea, pues, ven á verle. Dijiste le encontraré, y le encontrarás. Ven, y verás contra quién podias mantener odio, á quién osabas desear mal y querer hacérsele.

Ý tomando á Lorenzo de la mano, y estrechándosela como pudiera hacer un jóven, echó á andar. Siguióle Lorenzo sin atreverse á preguntar otra cosa.

A no mucha distancia se paró el religioso cerca de la entrada de una cabaña, y fijando los ojos en la cara de Lo-