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renzo con cierta gravedad acompañada de ternura, le tomó del brazo y le introdujo en ella.

El primer objeto que se divisaba al entrar era un enfermo sentado sobre paja, no sćlo fucra de peligro, sino que parecia casi convaleciente, el cual viendo al Padre, meneó la cabeza, como diciendo que no. Bajó fray Cristóbal la suya con señales de tristeza y de resignacion.

Dirigiendo entretanto Lorenzo la vista con inquieta curiosidad á los demas objetos, vió á tres ó cuatro enfermos, y en un lado á uno sobre una cama, envuelto en una sábana, y encima, á manera de colcha, una capa de persona distinguida. Le miró bien, y al conocer que era D. Rodrigo, iba á retroceder; pero el Capuchino, haciéndole sentir bien la mano econ que le tenia aferrado, le aproximó á los piés de aquella tarima, y exlendida la otra, señalaba con el dedo al hombre postrado en ella. Estaba el infeliz sin movimiento, con !os ojos muy abiertos sin ver, ei rostro descolorido con manchas negras, negros igua!mente é hinchados los labios. Su cara hubiera indicado un cadáver, si cierta contraccion iolenta no hubiese dado muestras de que una vida tenaz animaba todavía aquel cuerpo. Levanlábasele el pecho de cuando en cuando á consecuencia de una penosa respiracion. Con la mano derecha que tenía fuera de la capa se comprimia el costado cerca del corazon, hincando en él los corvos dedos todos amoratados, y negros por la punta.

—iLe ves?-dijo el Capuchino con voz baja:-puede ser castigo, puede ser misericordia. El sentimiento que experimentas ahora por ese hombre que tanto te ha ofendido, será el mísmo con que Dios te mire en el tremendo dia.

Bendicele, y serás bendecido. Hace cuatro dias que ha entrado aquí como lo ves, sin dar indicio de razon. Quizá el Señor está dispuesto á concederle una hora de arrepentimiento, pero querrá que tú se lo ruegues; quizá querrá que tú con la inocente Lucía intercedas por él; quizá quiere conceder la gracia á tus oraciones, á las oraciones de un corazon af.igido y résignado. Quizá depende de tí la salvacion de ese hombre, y la tuya; de una nmucstra sincera de tu perdon, de compasion, y... de amor.

Calló, y juntando las manos, bajó sobre ellas la cabeza, como para rezar: lo mismo hizc Lorenzo. A poco de estar en aquella postura, se oyó el tercer toque de la campana, Recobráronse ambos, y segun lo acordado, salieron. Ni el uno hizo preguntas, ni el otro protestas; sus rostros hablaban.