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otros cuántos hijos han quedado sin padres: sedlo para ellos, y esta caridad, al paso que cubra vuestros pecados, mitigará tambien vuestros dolores.»

Aquí un sordo murmullo de gemidos y sollozos, que se iba extendiendo en la concurrencia, quedó un momento suspenso al ver al predicador echarse una soga al cuello, y arrodillarse; y todos con gran silencio estaban aguardando lo que decia.

«Por mi,-dijo-y por todos mis compañeros, los que tuvimos sin merecerlo la suma dicha de ser escogidos para gozar del privilegio de servir á Dios en vuestras personas, os pido humildemente perdon por si no hubiésemos llenado dignamente tan alto ministerio.

»Si por pereza, si por indocilidad de la carne, no hemos acudido como debíamos á vuestras necesidades; si por una injusta impaciencia 6 un culpado fastidio os hemos mostrado un rostro desdeñoso y severo; si tal vez la despreciable idea de que nos necesitabais, no ha inducido å no trataros con toda humildad; si por nuestra fragilidad hemos cometido alguna accion que os haya causado escándalo, perdonadnos, y así Dios os perdone vuestras faltas y os bendiga.»

Y haciendo la señal de la cruz sobre el auditorio, se levantó.

Nosotros no hemos podido referir sino las palabras formales, á lo ménos el sentido de elas; pero el modo como las pronunció no es posible describirlo. Era el de un hombre que llamaba privilegio el de servir á loe apestades, porque tal lo creia; que confesaba no haber correspondido dignamente, porque asi le parecia; que pedia perdon, porque pensaba necesitarlo; pero las gentes que habian visto alrededor de si á aquellos capuchinos ocupados únicamente en servirlos y socorrerlos, que habian visto morir á tantos, y al que hablaba por todos ser el primero en el trabajo como en auloridad, menos cuando estuvo acometido por el mal, no podian ménos de sollozar, de verter lágrimas en contestacion á semejantes protestas. Cogió luégo el venerable religoso una cruz apoyada á una pilastra, la levantó delante de si, dejó las sandalias en la orilla del pórtico exterior, bajs los escalones de la capilla, y entre la muehedumbre que reverente le abria el paso, fué á ponerse á la cabeza de ella.

Lorenzo con los ojos arrasados en lágrimas, ni más ni ménos que si hubiese sido uno de aquellos á quienes se dirigia el capuchino, se retiró tambien, poniéndose al lado