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mal, y que nos veremos cuando Dios quiera y como quiera.

Véte por amor de Dios, y no te acuerdes ya de mí... sino en tus oraciones.

Y como quien nada más tiene que decir, ni quiere oir; como quien huye de un peligro, se acercó más á la cama en que estaba acostada la mujer de quien acababa de bablar.

—Oye, Lucía, oye,-dijo Lorenzo sin acercarse tampoco más.

—No; véte en caridad de Dios.

—Oye, el padre Cristóbal...

—¿Qué?

—Está aqui.

—Aquí! ¿Dónde? ty cómo lo sabes?

—Le he hablado hace poco: he platicado largo tiempo con él; y un religioso de su clase me parece...

—Está aquí! será sin duda para asistir á los pobres enfermos: ¿pero él? ¿Ha pasado la peste?

—jAh, Lucía! me temo; harto me temo... (y miéntras Lorenzo tilubeaba para pronunciar una palabra amarga para él, y que tanto debia serlo para Lucía, ésta se separó de nuevo de la cama, y se acercó á él) me temo que la tenga encima.

—Ay, pobre padre Cristóbal! Es un santo; pero ¿qué digo? ipobres de nosotros! ¿Y cómo se halla? ¿estå en cama? ¿está bien asistido?

—Está levantado: anda por todas partes, asiste á los demas; ipero si lo vieras!... ;Qué cara! ;Con qué trabajo se mantiene de pié! El que ha visto tantos y tantos, por desgracia no se equivoca.

—¿Conque está aquí?

—Aquí está y muy cerca. No hay más distancia que de tu casa á la mia... ¿Te acuerdas?

—Virgen bendita!

—Segurainente poco más. Figúrate si hemos hablado de tí. Qué cosas me ha dicho! ¡Y si supieras lo que he visto! pero ántes te diré lo que me ha dicho con su propia boca. Me ha dicho que hacía muy bien en venir á buscarte; y que al Señor le agrada que un jóven se conduzca de esta manera, y que me ayudaria para que te encontrara, como cfectivamente lo ha hecho; y es un santo; con que ya ves.

—Si ha dicho esto, es porque no sabrá...

Qué quieres que sepa de las cosas que hiciste de tu cabeza sin tomar consejo de nadie? Un hombre sabio, un