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Dios por él, y que él le ruegue por mí, que tanto, tanto lo necesito. Pero por amor de Dios, por tu alma misma, no vuelvas por acá á afligirme ni á tentarme. El padre Cristóbal sabrá explicarte las cosas bien, hacerte conocer la razon y tranquilizarte.

—¡Tranquilizarme! ¡Ay! no lo creas. Tú hiciste me escribieran esa nueva mortal, y yn sé lo que sufri entónces; ¡y ahora tienes valor de repetírmela en mi misma cara! Mas yo te digo terminantemente que nunca jamás me tranquilizaré. Tú quieres olvidarme; pero yo no quiero olvidarme de tí; y te aseguro que si llego á perder el juicio, se acabó para siempre; echo al diablo el oficio, la buena conducta, y... En fin, te has empeñado en que yo viva rabiando toda mi vida, y rabiando viviré. ¡Lucía! me has dicho que te olvide, ¡que yo te olvide! Y cómo se logrará eso? ¿En quién erees tú que he pensado en todo este tiempo que pasó? ¡Despues de tantas cosas! ¡Despues de tantas promesas! ¿Qué te hecho desde que nos separamos? ¿Conque me tratas así por haber padecido tanto? ¿por haber sufrido tantas desgracias? ¿por haber sido perseguido? ¿por haber vivido fuera de mi casa triste, desconsolado, léjos de ti? ¿por haberte venido á buscar en cuanto he podido? Cuando el llanto permitió á Lucía articular palabras, exclamó juntando las manos y levantando al cielo los ojos bañados en lágrimas:

—Vírgen bendita, asistidme! Vos sabeis que desde aquella triste noche nunca he tenido un rato como éste.

¡Me socorrísteis entónces, socorredme ahora!

—Sí, Lucía, haces muy bien en invocar á la Vírgen; pero ipuedes creer que siendo tan buena, siendo Madre de misericordia, pueda complacerse en hacernos padecer? Yo á lo ménos no lo creo... Y por una palabra soltada en un conflicto en que no sabías lo que estabas diciendo, ¿puedes imaginar que te socorriese entónces para dejarnos embrollados despues?... Per si esta por desgracia fuese una discuipa, porque ya me aborreces, dímelo claro, háblame con franqueza.

—En caridad, Lorenzo, en caridad de Dios, acaba de una vez; no me hagas morir. Véte á ver al padre Cristóbal, recomiéndame á él, y no vuelvas más aquí.

—Me voy, sí, me voy; pero no pienses que deje de volver. He de volver, aunque fuera al cabo del mundo.

Así dijo, y ausentóse.

Lucía fué á sentarse, 6, por mejor decir, se dejó caer al lado de su cama; y con la cabeza apoyada en ella, continuó