Página:Los novios. Historia milanesa del siglo XVI (1880).pdf/507

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 495 —

llorando amargamente. La mujer, que hasta entónces habia estado con ojos y oidos muy abiertos sin resollar siquiera, preguntó qué significaba la presencia de aquel hombre, aquella contienda y aquel llanto. Nuestros lectores por su parte quizá nos preguntarán tambien quién era aquella mujer: para contestarles, tampoco aquí necesitamos de muchas palabras.

Era la viuda de un mercader bastante acomodado, y de unos treinta años de edad. En pocos dias habia visto desaparecer á su esposo y á todos sus hijos. Poco despues, acometida ella misma por la enfermedad general, fué llevada al Lazareto y puesta en aquella cabaña, cuando Lucía, despues de haber superado sin sentirlo la furia del mai, y haber cambiado tambien sin sentirlo muchas compañeras, principiaba á restablecerse y á recobrar su sentido, que perdió desde el primer acceso de la enfermedad en casa de D. Ferrante. La cabaña sólo podia contener dos huéspedes, y estas dos afligidas, solas entre tanta muchedumbre, trabaron muy presto una amistad tan estrecha, que apénas hubiera podido ser el resultado de un largo trato. No tardó Lucía en hallarse en disposicion de poder asistir á la otra, que se hall6 muy agravada. En cuanto ésta estuvo igualmente fuera de peligro, las dos se acompañaban, se consolaban y servian peciprocamente, y no sólo se prometieron salir juntas del Lazareto, sino que tambien tomaron medidas para no separarse tampoco despues. La viuda que, habiendo puesto al cuidado de un hermano suyo, comisario de Sanidad, su casa, su tienda y todo su capital, iba á encontrarse sola, y con medios sobrados para vivir con comodidad, trató de tener consigo á Lucía en calidad de hija á de hermana, en lo cual ésta consintió con la mayor gratitud á ella y á la Providencia; pero sólo hasta que tuviese razon de su madre y explorase su voluntad.

Sin embargo, como era tan reservada, jamás le habló ni del casamiento, ni de sus extraordinarias aventuras. Pero ahora, en semejante tumulto de afectos, tanta necesidad tenía ella de desahogar su corazon, como la otra deseos de oir: de consigniente, estrechando Lucía las manos de su compañera, se dispuso inmediatamente á satisfacer su pregunia sin más retardo que el que á las palabras ponian los sollozos.

Caminaha Lorenzo entretanto apresuradamente hácia el cuartel del buen religioso. Con un poco de reflexion, y no sin pérdida de algunos pasos, consiguió alcanzarle. Halló