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todo el dia. ¡Cómo está Milan! ¡Es preciso verlo y tocarlo! Cosas para tener luégo asco de sí mismo. Estoy por decirte que necesitaba yo de este enjabonado. ¡Lo que quisieron hacer conmigo aquellos señores! Ya oirás, ya oirás. ¡Ah! işi vieras el Lazareto! Entre tantos horrores es cosa de perderse y perder el juicio: ya te lo contaré todo... Allá está, y vendrá pronto aquí, y será mi mujer, y tú has de ser uno de los testigos; y, peste, 6 no peste, quiero que tengamos á lo ménos algunas horas de diversion y alegría.

Cumplió con efecto la palabra que dió á su amigo de emplear aquel dia en contárselo todo, tanto más que no habiendo cesado de lloviznar, lo pasó debajo de techado, ya en conversacion con su amigo, ya trabajando con él en una tina y una bota, y en otros preparativos para la vendimia, porque, como él decia, era uno de aquellos que se cansaban más en no hacer nada que en trabajar. No pudo sin embargo dejar de hacer una escapadita hasta la casa de Inés para ver eierta ventanita, y darse tambien allf otro estregoncito de manos. Fué y volvió á hurtadillas, y se acosló temprano. Temprano tambien se levantó el dia siguiente; y viendo que aunque no estaba sentado el tiempo, habia cesado el agua, se puso en camino para Pasturo.

Era todavía temprano cuando llegó; que no tenía ménos prisa ni ménos gana de acabar, que la que pueden tener nuestros lectores. Preguntó por Inés; supo que estaba viva y sana, y le enseñaron una casita aislada donde vivia. Allf se fué en derechura, y le llamó por su nombre desde la calle. A esta voz se asomó Inés apresuradamente á la ventana, y miéntras estaba con la boca abierta, queriendo proferir no sé qué palabras, la previno Lorenzo diciendo:

—Lucia se puso buena; la he visto anteayer; saluda á usted, y vendrá presto, ¡y cuánto tengo que contar á usted! Entre la sorpresa, el placer de la noticiay el afan por saber más, empezaba Inés ya una exclamacion, ya una pregunta, sin acabar nada, y olvidando luégo las precauciones que acostumbraba tomar desde largo tiempo, dijo:

—Ya bajo á abrir.

—Aguarde usted. Y la peste?-preguntó Lorenzo.- Creo que usted no la ha pasado.

—Yo no: y tú?

—Yo sí; pero es menester precaucion; vengo de Milan, y he estado metido en el contagio hasta los ojos. Es verdad que me he mudado de piés á cabeza, pero es cosa que á veces se pega como un naleficio, y puesto que el Señor ha librado á usted hasta ahora, quiero que usted se cuide