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trabajando en poner listo aquél, crees tú trabajar para Lucfa? ;Pobre mujer! trabajas para quien no conoces. abe Dios quién se llevará esas camisas, esas enagnas, esos jubones! Del ajuar de Lucia, del que verdaderamente ba dle servirle, cuidará otra buena alma, que ui siquiera sabes si existe.

El primer cuidado de Inés fué el de preparar en su casita el alojamiento más decente que pu1o para aquella buena alma: Tuégo buscó seda que devanar, y con su aspa procuraba engañar la tardanza.

Lorenzo, por su parte, no pasó en la ociosıdad aquellos dias para él tlan largos. Conmo por fortuna sabia los oticios, se dedicó al de labrador. Empleaba parte del tiempo en ayudar á su huésped, para el cual no era poea suerte tener á su disposicion un labriego, y un labriego de tanta habilidad: otra parte la dedicaba á cu tivar y arreglar el huertecillo de Inés, abandonado enteramente durante su ausencia. Por lo que toca à su pequeña hacienda, no se cuidaba de ella, diciendo que era una peluca demasiado enmarañada, y de nada servian dos brazos para desenredarla. Tampoco poma los jiés en ella, ni en su casa, porque era para él un dolor el ver aquella desolacion, babiendo ya tomado el partido de deshacerse de todo, de cualquiera nanera que fuese, y emplear en su nueva patria lo que sacase.

Si los que habian quedado vivos eran unos para otros como resucitados, Lorenzo lo era para los de su pueblo como dos veces. Todos le felicitaban, le agasajaban, y deseaban oir su historia. Algunos quiza preguntaran: y cómo andaba la cosa respecto á ia requisitoria? Perfectamente.

Apénas se acordaba de ella, suponiendo que los que debian ejecutarla tampoco se acordarian, y no se cquivocaba. Y esto no dimanaba sólo de la peste, que todo lo habia barajado, sino lambien (cosa muy comun en aquellos tienipos, como lo hemos visto en más de una parte de esta historia) de que las órdenes, tanto generales como particulares, contra las personas, como no hubiese alguna animosidad privada 6 poderosa que promoviese su ejecucion, quedaban sin efecto, á no ser que se ejecutasen en los primeros momentos, á manera de las balas de fusil, que si no ausan daño al golpe, caen al suelo, en donde á nadie molestan, consecuencia necesaria de la excesiva facilidad con que á roso y velloso se expedian dichas órdenes. La actividad del hombre es limitada, y lo que va de más en ordenar, debe ir de ménos en la ejecucion.