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| Si alguno asimismo quisiese saber cómo se conducia Lorenzo con D. Abundo, miéntras permanecia en su pueblo aguardando que se dispusiesen las cosas para su boda, diré que no tenian relacion alguna entre sí: este último, por temor de oir hablar del casamiento, cuya palabra le traia á la memoria los bravos de D. Rodrigo y las reconvenciones del Cardenal; y el primero porque habia determinado no hablar del asunto hasta el momento preciso de su ejecucion, no queriendo escamarle ántes de tiempo, no fucra que pusiese nuevos impedimentos. De esto hablaba frecuentemente con Inés, á quien solia preguntar:

—¿Cree usted que vendrá presto?

—Creo que si,-respondia Inés.

Y muchas veces hacía ésta la misma pregunta, con lo cual procuraban los dos entretener el tiempo, que les parecia cada dia más largo.

Para nuestros lectores haremos que pase más pronto, diciendo en resúmen que á los pocos dias de haber estado Lorenzo en el Lazareto, salió Lucia con la buena viuda, y habiéndose dispuesto una cuarentena general, la pasaron las dos juntas en casa de la última, donde una parte del tiempo se empleó en el ajuar de Lucia, quien, despues de algunos cumplimientos, tuvo tambien que trabajar en él.

Concluida la cuarentena, confió la viuda á su hermano el comisario la tienda y la casa, y se hicieron los preparativos para el viaje. Podremos tambien añadir de seguida, para acabar pronto, que se pusieron en camino, que llegaron, y lo demas: pero á pesar de toda la prisa del lector y la nuestra, hay très cosas correspondientes á aquel período que no queremos pasar en silencio, y á lo ménos por lo que toca á dos, el mismo lector convendria en que hubiéramos hecho mal omitiéndolas.

La primera es que cuando Lucía volvió á hablar con la viuda de sus aventuras con más particularidad y más órden que el que pudo emplear en la agitacion de la primera confianza, é hizo mencion más expresa de la Señora que la habia acogido en el convento de Monza, llegó á saber cosas de ella que excitaron en su ánimo la más triste y terrible admiracion. Supo por la viuda que habiendo la desgraciada monja dado márgen á sospechas de hechos atroces, faé trasladada de órden del Cardenal á un con- Vento de Milan, y que allí, despues de muchos desórdenes St arrepintió, y vuelta sobre sí, su vida actual era un suplicio voluntario tan duro, que nadie pudiera inventar otro niás severo. El que quisiere tener noticias más circunstan-