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bras opuestas, no habiendo en toda la filosofia cosa más clara que la de que un accidente no puede pasar de un sujeto á otro. Y si para evilar este Escila, dicen que es acciderte producido, huyen de él, y dan en Caribais, porque si es producido, no se comunica ni propaga como van cacareando. Supuestos estos principios, ¿de qué sirve venir á hablarnos de vibicos, exantemas, antraces, etc.?

—Todas majaderías!-le contestó uno en cierta ocasion.

—No, no,-replicó D. Ferrante;-no digo yo eso. La ciencia es ciencia; pero conviene saberla emplear... Vibicos, exantemas, antraces, parótidas, bubones amoratados, diviesos nigricantes, son todas palabras respetables que tienen su sentido; pero digo que no vienen al caso en esta cuestion. ¿Quién niega que haya de estas cosas? El punto está en ver de dónde vienen.

Aquí empezaban tambien los apuros de D. Ferrante, porque miéntras se limitó á refutar la opinion del contagio, hallaba por todas partes quien le escuchase, porque seguramente es muy grande la autoridad de un sabio de profesion cuando trata de probar á los demas cosas de que ya están persuadidos; pero cuando queria distinguir y demostrar que el error de aquellos médicos no consistia en afirmar que existia un mal terrible, sino en señalar sus causas y modos, entónes (esto es, al principio, cuando no se queria oir hablar del morbo), entónces todos estaban contra él, y ya no podia emitir su doctrina sino á retazos.

—-Existe, sin embargo, esta verdadera causa,-solia decir,-y se ven obligados á reconocerla, áun aquellos que sostienen la otra asi en el aire.. Que nieguen, si pueden, esa fatal conjuncion de Saturno con Júpiter. Y cuándo se ha oido decir jamás que las influencias se propagan?... Y habrá quién niegue las influencias? Me negarán que hay astros? ¿Y querrán suponer que están allá arriba ociosos, como otras tantas cabezas de alfileres clavadas en una almohadilla? Lo que no puedo comprender de estos médicos, es que confiesan que nos hallamos bajo una conjuncion tan maligna, y luégo vienen diciendo: «no toqueis allí y oe libertareis,» como si el evitar el contacto material de los cuerpos terrestres pudiese impedir el efecto virtual de loscuerpos celestes, y además tanto quemar andrajos. ¡Pobre gente! ¿Quemareis á Júpiter? ¿Quemareis á Saturno? Fundado en estos desatinos, no tomó precaucion alguna contra la peste. Esta le acometió: D. Ferrante se metió en