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dudo que me echase los mismos latines. Preveo que trata de dar largas; así me parece que lo mejor será irnos á casar en donde hemos de vivir.

—Sabeis qué hemos de hacer?-dijo la viuda.-Quiero que vayamos nosotras las mujeres á hacer un ensayo, y ver si damos con el cabo de esta madeja. Hemos de ir en cuanto acabemos de comer. Ahora quiero que usted, señor novio, me lleve á dar un paseo con Lucía, pues deseo ver esas montañas y ese lago de que tanto he oido hablar.

Desde luégo las condujo Lorenzo á casa de su huésped, donde hubo nueva acogida, nuevos ofrecimientos y nuevas declaraciones de fina amistad, haciéndole prometer que no sólo aquel dia, sino que todos iria á comer con ellos.

Despues de haber paseado y haber comido, se marchó Lorenzo sin decir á dónde, y las mujeres quedaron algun tiempo conversando y discurriendo el modo de pillar á D. Abundo, como lo ejecutaron.

«jAquí están ellas!» dijo para sí al verlas; pero puso buena cara, se congratuló con Lucía, saludó á Inés y gastó cumplimientos con la forastera.

Hízolas sentar, y empezó á hablar de la peste. Quiso oir de boca de Lucia cómo le Eabia ido en tantas desgracias; y el Lazareto dió márgen á que tambien hablase su compañera de habitacion. Hab!6 luégo D. nbundo, como era justo, de su borrasca, dando la enhorabuena á Inés por no baberla pasado. De esta manera la conversacion se iba prolongando sin llegar al cabo. Inés y la viuda desde el principio estaban aguardando la ocasion de poder tratar del negocio que más les interesaba, y no sé quién de las dos fué la primera en romper la valla. Pero ¿para qué? si D. Abundo no oia de aquel lado. A buen seguro que no dijese terminantenente que no; pero continuaba en sus trece con tergiversaciones y rodeos, diciendo siempre que convenia hacer anular la requisitoria, pues era muy expuesto publicar en la iglesia el nombre de Lorenzo Tramalino; y que puesto que todos estaban resueltos á expatriarse, no halbiendo más patria que aquella en donde se está bien, era de opinion que lo más acertado sería hacerlo todo en donde la requisitoria tenía la misma fuerza que un papel de estraza, y concluyó en estos términos:

—Yo por mi parte lo haré muy gustoso; pero temo que la publicacion de su nombre pueda acarrearle algun disgusto.

No dejaban Inés y la viuda de rebatir sus razones y de