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-Y has hecho bien. Has cumplido con tu obligacion; pero tambien se puede dar gracias á Dios por habernos librado de él. Volviendo ahora á nuestro asunto, os vuelvo á decir que hagais lo que tengais por más acertado. Si quercis casaros, aquí estoy; y si os conviene más en otra parte, hacedlo. Por lo que toca á la requisitoria, yo tambien me hago cargo de que, no habiendo ya quien os tenga entre ojos y quiera haceros daño, no hay que tomarse gran pena, especialmente despues del decreto de indulto, expedido con motivo del nacimiento del serenísimo señor Infante. Y luégo la peste, amigo, la peste ha echado una gran plumada sobre muchas cosas. Conque, si quereis, boy es juéves; el domingo corre la primera amonestacion, porque lo que se hizo en otra ocasion, ya no vale despues de tanto tiempo; y luégo tendré yo el gusto de casaros.

—Ya sabe usted que á eso habiamos venido,-dijo Lorenzo.

—Muy bien!-contestó D. Abundo;-yo os serviré, y voy á dar cuenta de ello á su Eminencia.

—iQuién es su Eminencia?-preguntó Inés.

—Su Eminencia-respondió D. Abundo-es nuestro Cardenal-arzobispo, que Dios conserve.

—En cuanto á eso, perdone usted,-replicó Inés,-que aunque yo soy una pobre ignorante, puedo asegurarle que ne se llama así, porque cuando fuimos á hablarle la segunda vez, del mismo modo que hablamos con usted, uno de aquellos scñores capellanes que allí se hallaban, me llamó aparte, y me enseñó cómo debia decirlo, y era usla ilnstrisima y monseñor.

—Y ahora si hubiese de enseñar á usted de nuevo,- dijo D. Abundo,-le diria á usted que le diese el tratamiento de su Eminencia. ¿Entiende usted? Porque el Papa, que Dios guarde, ha mandado desde el mes de Junio que å los cardenales se les dé este título, y quereis saber por qué habrá tomado semejante resolucion? porque el ilustrisimo, que sólo correspondia á ellos y á ciertos príncipes, está ya, como vosotros mismos lo veis, tan extendido, que se lo dan á muchos que no le tienen de derecho, y que, sin embargo, se lo tragan con mucho gusto. ¿Y qué habia de hacer? iquitárselo å todos? De esto no resultarian sino reclamaciones, disgustos, enemistades y compromisos, para quedar luégo la cosa como ántes. El Papa, pues, ha encontrado este excelente arbitrio. Es verdad que luégo se empezará á dar el tratamiento de Eminencia á los obispos, luégo lo querrán los abades, despues las dignida-