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Llegados á la casa de Lucía, hallaron justamente á las tres mujeres y á Lorenzo. Cómo estos quedarian no es fácil explicarlo. Animó el Marqués la conversacion hablando dal Cardenal y de otras cosas, y no se tardó en tratar de la campra indicada. D. Abundo fijó el precio, que aprobó el comprador, aumentándolo una mitad, concluyo convidando á fodos á comer para el dia despues de la boda en su paacio, en donde se celebraria el contrato en regla, y se haria la escritura.

Vuelto D. Abundo á su casa, decia entre sí: «Como la peste hiciese siempre y en todas partes las cosas de esta manera, sería lástima hablar mal de ella, y casi casi se necasitaria que se reprodujese una vez cada generacion.»

Vino por fin la dispensa y el indulto para Lorenzo, y aquel bendito dia tan esperado. Presentáronse los dos novios con una especie de seguridad triunfal en su misma parroquia, en donde fueron casad os por el mismo don Abundo.

No fué para ellos menor satisfaccion el ir el dia siguiente al palacio de I). Rodrigo. El lector podrá figurarse lo que pasaria en aquellas cabezas al subir la cuesta y al entrar por la puerta, y los diseursos que allá entre sí cada uno haria, segun su genio: nosotros solamente diremos que, en medio de tanta alegría, ya el uno, ya el otro dijeron más de una vez que para completar la fiesta sólo faltaba el padre Cristóbal; pero luégo añadian: «¡Ah! el Padre sin duda está mejor que nosotros.»

Hizoles el Marqués la más cordial acogida. Los condujo á un linelo bien adornado, en donde les tenía prevenida una suntuosa mesa. El mismo sentó á ella á los esposos con Inés y la viuda, y ántes de retirarse á comer å otra parte con D. Abundo, quiso asistir algun tiempo á aquel convite y servirle. Creo que á nadie le ocurrirá decir que bubiera sido cosa más sencilla disponer una sola mesa. He dicho que el Marqués era un excelente sujeto, pero no un hombre raro como hoy se diria. He dicho que era llano, pero no un portento de llaneza; porque á la verdad, tenfa la bastante para ponerse más abajo de aquella gente, pero no para ponerse al nivel de ella.

Despues de haber comido los de una y otra mesa, extendió la escritura un letrado escribano, que no fué el abogado Tramoya, porque éste, 6, por mejor decir, sus huesos, estaban y están todavía en Cantarelli. Para los que no son del país hay aquí necesidad de una explicacion.

Más arriba de Lecco, como cosa de media milla, hay un