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- sitio llamado Cantarelli, donde se cruzan dos caminos. Al lado de la misma encrucijada se levanta una especie de cerro artificial con una cruz en la cima, y este cerro no es otra cosa que un hacinamiento de cadáveres de los que murieron en aquel contagio. La tradicion sólo dice muerlos del contagio; pero no puede ser sino este, que fué el último, y el que ha hecho más estragos de cuantos ban dejado memoria. Y se sabe que es necesario ayudar la tradicion, como lo hacen todos los historiadores, porque ella de por sí es siempre muy escasa.

A la vuelta no hubo más novedad, sino que Lorenzo estuvo algo incomodado con el peso del dinero que trais; pero el hombre estaba acostumbrado á trabajos harto mayores. No hablo de los mentales, porque seguramente no era pequeño el pensar cómo emplearia aquel dinero con utilidad. Los proyectos que pasaban por su mente, sus cuentas, sus debates, sus objeciones con respecto á la agricuitura y á la industria, eran tales como si hubiesen disputado dos academias del siglo pasado.

Ya desde luégo no se pensó en otra cosa sino en hacer los lios, y ponerse en camino; la familia Tramallino para su nueva patria, y la viuda para Milan. Muchas fueron las lágrimas, las expresiones de agradecimiento, y las promesas de volverse á ver.

No ménos tierna, á excepcion de las lágrimas, fué la separacion de Lorenzo y de su huésped: ni se crea que hubiese frialdad en la de D. Abundo, porque los tres pobrecillos habian conservado siempre cierto cariño respetuoso á su párroco, y éste en realidad no dejaba de apreciarlos. Los negocios, estos diablos de negocios, y los intereses, son los que casi siempre resfrian las aficiones.

Si se nos preguntase si hubo igualmente algun sentimiento en dejar el país nativo, y en separarse de aquellas montañas, diriamos que hubo disgusto, porque sentimientos y disgustos los hay en lodas las cosas. Es de creer, no obstante, que no sería muy grande, porque podian muy bien ahorrárselo estando en su casa, sobre todo faltando los dos incouvenientes principales, á saber, D. Rodrigo y la requisitoria; pero ya habia tiempo que todos estaban acostumbrados á mirar como suyo propio el país adonde iban á domiciliarse, pues Lorenzo se le habia pintado á las mujeres como el mejor del mundo, ponderándoles los acomodos tan ventajosos como encontraban allí los artesanos, y otras mil cosas relativas á la baratura y comodidades de la vida. Por otra parte, todos habian pasado grandes amar-