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de ella? ¿0s dije yo nunca que era hermosa ni fea? Y cuando alguno me lo preguntaba, contestaba yo otra Cosa, sino que era una buena muchacha, y una honrada aldeana? ¿0s dije yo jamás que os iba á traer una princesa? Si os desagrada, hay más que no mirarla? Aquí teneis buenas mozas, miradlas á ellas.»

Y ved aquí, lectores mios, cómo una fruslería basta muchas veces para decidir de la suerte de un hombre por toda la vida. Si Lorenzo hubiese fijado su residencia en aquel pueblo, segun su proyecto, no lo hubiera pasado bien. A fuerza de estar fastidiado, se hizo fastidioso. Era adusto con todos, no porque faltase directamente á la buena crianza; pero todo el mundo sabe cuántas cosas se pueden hacer que desagraden, sin que den márgen á andar á estocadas. Tenía cierta dureza en su trato: él tambien hallaba en todo algo que criticar: bastaba con que hiciese mal tiempo dos dias consecutivos para que exclamase: «;Esta es fruta del país!» Hasta ciertas personas que ántes le querian, estaban incomunicadas con él; de suerte que siguiendo de esta manera, habria llegado el caso de hallarse en estado de hostilidad con toda la poblacion, sin poder quizá él mismo señalar la causa, ni conocer el origen de semejante mudanza.

Pero se puede decir que la peste tomó á su cargo el sacarle de tan desagradable situacion. Habiase llevado el contagio al dueño de otra fábrica de seda situada en un pueblo á poca distancia de Bérgamo, y el heredero, jóven calavera, que en aquel establecimiento nada encontraba que le divirtiese, estaba determinado á venderlo de cualquier modo, con tal que le diesen el dinero á toca teja, para poderle emplear en sus caprichos. Como llegase esta noticia á oidos de Bartolo, corrió éste inmediatamente á reconocer el establecimiento, y trató de su compra, siendo imposible encontrar mejor ganga; pero la condicion del dinero era un impedimento que todo lo echaba á perder, porque su peculio, compuesto lentamente con ahorros, estaba muy léjos de llegar å la cantidad estipulada.

Sin cerrar enteramente el trato, se volvió Bartolo al instante, comunicó el negocio á su primo, y le propuso la compra en compañía. Aceptó Lorenzo el partido, volvieron juntos á la fábrica, y se realizó el contrato. Cuando, pues, los nuevos dueños fueron á tomar posesion de su establecimiento, Lucia, á quien allí no se aguardaba con prevencion ni sin ella, no sólo no estuvo sujeta á criticas, sino que agradó muchó, tanto que Lorenzo supo