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dole en manos del religioso, el cual, despues de tomarle y dar las gracias, pidio licencia para ausentarse. Abrazó otra vez al amo de la casa, y á los que estando más inmediatos se apresuraron á darle los brazos, costándole trabajo el poder separarse de ellos. Tambien en las demas piezas y en la antesala tuvo que hacer esfuerzos para desprenderse de los criados, y hasta de los bravos, que le besaban la extremidad del hábito y el cordon; y en la calle le llevó el pueblo como en triunfo, acompañándole hasta la puerta de la ciudad, por donde salió para principiar su pedestre viaje con direccion á la casa de su noviciado.

No es nuestro ánimo escribir la historia de su vida claustral: diremos solamente que cumpliendo siempre gustosa y exactamente con las obligaciones que con frecuencia se le imponian de predicar y asistir á los moribundos, no perdia ocasion de lenar otros dos deberes que él mismo se habia impuesto, á saber: el de cortar disensiones y proteger á los oprimidos. En esta resolucion entraba, sin que él lo advirtiese, algun poco de su antiguo hábito, y un resto de aquel espíritu belicoso que no pudieron extinguir del todo las humillaciones y las penitencias. Su lenguaje era por lo regular llano y humilde; pero cuando se trataba de justicia, ó de verdad combatida, se enardecia pronto, y su itmpetu antiguo, reunido y modificado con el énfasis adquirido en el uso de la predicacion, daba á aquel lenguaje un carácter particular. Su continente, lo mismo que su aspecto, indicaban una larga guerra entre un genio pronto y fuerte, y una voluntad opuesta, habitualmente victoriosa, siempre sobre sí, y dirigida por motivos é inspiraciones superiores.

Si alguna pobre desconocida, hallándose en el caso de Lucía, hubiese implorado su favor, el padre Cristóbal se hubiera prestado inmediatamente á protegerla; pero tratándose de Lucía, acudió con tanto más interes, cuanto conocia y admiraba su inocencia y virtud. Ya estaba sobresaltado con el riesgo que corria, y babia excitado su enojo la torpe persecucion declarada contra ella. A esto se agregaba que habiéndola aconsejado, por mejor acnerdo, que no biciese novedad ni hablase del asunto, temia que el consejo pudiese haber producido algun triste resultado, y en este caso acompañaba al ardor de su innata caridad aquella angustia eserapalosa que atormenta frecuente mente á los buenos.

Pero miéntras nosotros hemos estado contando sus leehos, el padre Cristóbal llegó á easa de Lerola y se asomó