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á la puerta: Lucía y su madre dejaron las devanaderas, y se levantaron diciendo á una voz:

—iPadre Cristóbal, sea usted bien venido!

CAPÍTULO V.

Paróse á la puerta el buen religioso, y apénas miró á las dos mujeres, conoció que era cierto su presentimiento, y así, con aquel tono de voz con que se pregunta, temiendo una desagradable respuesta, dijo:

—;Y bien? Y Lucía contestó prorumpiendo en llanto. Empezó la madre pidiéndole perdon por la molestia; pero el Padre se adelantó, y sentándose en un banquillo, cortó todos los cumplimientos de Inés, diciendo á Lucía:

—No hay que afligirse, ¡pobre muchacha! Y volviéndose á Inés, añadió:

—Y usted digame lo que hay..

Miéntras la buena mujer hacia su relacion lo mejor que podia, el padre Cristóbal mudaba de cuando en cuando de color, á veces levantaba los ojos al cielo, otras heria el suelo con el pié, y concluido el relato, se cubrió con ambas manos la cara, exclamando:

—Bendito sea Dios! hasta dónde...

Pero sin concluir la frase, y vuelto å las dos mujeres, dijo:

—Pobrecillas! Dios quiere prebar á ustedes... ¡Pobre Lucia!

—Y nos abandonará usted?-dijo Lucía sollozando.

—¡Abandonaros!-contestó el religioso:-¡no quiera Dios que tal haga! No os desalenteis: Dios os asistirá: Dios todo lo ve, y puede valerse de un hombre de la nada como yo, para confundir á un... Vamos á pensar lo que se puede hacer.

Diciendo esto, apoyó el codo izquierdo en la rodilla, inclinó la frente sobre la palma de la mano, y con la derecha apretó la barba como para discurrir; pero cuanto más pensaba, tanto más grave y complicado le parecia el negocio, y más escasos, inciertos y pe!ligrosos los recursos.

—Avergonzar á D. Abundo,-decia para sí,-uacerle co-