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luchan en el corazon del hombre, nadie, ni el mismo interesado, puede siempre distinguir y saber con seguridad cuál es la que domina.

—Lo he prometido,-dijo Lucía con tono de tímida y afectuosa reconvencion;-pero tú tambien me prometiste no dar escándalo, y conformarte con lo que el padre Cristóbal...

—Déjate de eso; no hagas que me irrite de nuevo. ¿Quieres acaso retractarte? ¿Quieres que haga un desatino?

—No, no,-dijo Lucia, asustandose otra vez.-Lo he prometido y no me vuelvo atras; pero mira cómo me has hecho ofrecer... Dios quiera...

—Déjate, Lucía, de tristes agüeros. Ya Dios ve que á nadie hacemos daño.

—Prométeme por lo ménos que esta será la última.

—Te lo promeio á fe de hombre honrado.

—Pero esta vez lo has de cumplir,-dijo Inés.

Aqui confiesa el autor del manuscrito que ignora otra cosa, esto es, si Lucia sentia enteramente haberse visto precisada á ceder. Nosotros dejaremos tambien la cosa en problema..

Lorenzo hubiera querido prolongar la conferencia, y tratar circustanciadamente de lo que debia hacerse al dia siguiente; pero la noche era oscura, y las mujeres ie despidieron deséandosela buena; porque consideraban que no parecia bien que permaneciese alli más tiempo en aquella hora.

Empero la noche fué para los tres cual debe s-rlo la que se sigue á un dia de agitacion y de males, y precede á otro destinado á una empresa importante y de éxito dudoso. Por la mañana temprano se presentó Lorenzo, y concertó con las mujeres, 6, por mejor decir, con Inés, la grande operacion de la noche, proponiendo y resolviendo alternativamente dificultades, previendo accidentes, y hablando ya el uno, ya el otro del negocio como de cosa hecha. Escuchábalos Lucía, y sin aprobar con palabras lo que repugnaba á su corazon, pronietia conducirse lo mejor que pudiese.

—¿Vas al convento-preguntó Inés á Lorenzo-para hablar al padre Cristóbal como te encargó anoche?

—Qué disparate!-respondió Lorenzo:-bien sabe usted los ojos que tiene el Padre; al instante me leeria en la cara, lo mismo que en un libro, que habia alguna tramoya, y como empezase á sonsacarme, caeria yo en el garito sin duda alguna. Por otra parte, yo debo estar aquí para dis-