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| poner las cosas, y así sería mejor que usted enviase á alguno.

—Si, enviaré á Mingo...

— Muy bien,-respondió Lorenzo.

Y se marchó, como dijo, á prevenir lo necesario para la empresa.

Pasó Inés á la casa inmediata á preguntar por Mingo, un mozalbete listo y despejado, el cual por primos y cuñados venía á ser medio sobrino suyo. Se le pidió á sus padres para cierta diligencia y trafdole con licencia de ellos le metió en la cocina, le di6 de almorzar, y le mandó que fuese á Pescarénico y se presentase al padre Cristóbal, el cual le daria un recado, y añadió:

—¿El padre fray Cristóbal, sabes? aquel viejo del semblante hermoso con la barba blanca, que llaman el santo.

—Ya sé quién es,-contestó Mingo;-el que siempre hace fiestas á los niños, y.de cuando en cuando les da aleluyas.

—El mismo; y si te dice que te aguardes allf cerca del convento, no te desvies; mira no vayas con los demas muchachos al lago á tirar chinitas al agua, ni á ver pescar, ni á enredar con las redes puestas á secar, ni...

—Vaya, tia, que ya no soy tan niño.

—Bien, haz la diligencia con juicio, y cuando vuelvas con la respuesta... ¿ves estas dos monedillas nuevas? serán para lí.

—Démelas usted ahora, que..

—No, no, que las jugarás. Véte, pues, que como hagas bien la diligencia, te daré otras.

En el discurso de aquella larga mañana se advirtieron ciertas novedades que infundieron sospechas en el ánimo ya agitado de las dos mujeres. Un mendigo, ni macılento ni andrajoso como los demas, y con cierto semblante de mal agüero, entró á pedir limosna, mirando á hurtadillas por todas partes. Diéronle un pedazo de pan, que recibió con un «Dios se lo pague» mal expresado, deteniéndose luégo en hacer mil preguntas impertinentes, á las cuales respondió Inés lacónicamente, y todo al contrario de la verdad. Al salır aparentó errar la puerta. y se metió por la de la escalera, espiando de una ojeada todos los rincones. Gritáronle que se equivocaba, y entónces tomó la puerta que le indicaron, disculpándose con una humildad afectada, que no correspondia á su severo y desagradable ceño.

Dejáronse ver despues otras figuras extrañas, que aun-