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Vueltos al palacio de D. Rodrigo, el Canoso dió cuenta de todo á su amo, y quedando acordado definitivamente el plan de la empresa, se distribuyeron los encargos, y se dieron las instrucciones correspondientes. Nada de esto pudo haeerse sin que el antiguo criado, que estaba alerta, dejase de conocer que se maquinaba alguna cosa de grande importancia. A fuerza de oir y de preguntar, de mendigar media noticia en un punto, media en otro, de glosar para sí una palabra vaga, é interpretar una accion misteriosa, hizo tanlo que vino en conocimiento de lo que se trataba de ejecutar aquella noche; pero cuando llegó á averiguarlo era muy tarde, y ya una vanguardia de bandoleros habia salido á campaña para ocultarse en la casucha medio derribada.

Aunque el pobre anciano no dejaba de conocer cuán arriesgado era el juego que jugaba, y temiese que el auxilio fuese el socorro de España; sin embargo, no queriendo faltar á lo que se habia comprometido, salió con pretexto de ir á que le diese un poco el aire, y se dirigió apresuradamente al convento para avisar al padre Cristobal. Poco despues se pusieron en movimiento los demas bravos, saliendo á la deshilada uno despues de otro, para no aparentar reunion, y tras ellos el Canoso, quedando para lo último una litera, que debia conducirse entrada la noche, y efectivamente se condujo á la casucha indicada. Reunidos allí todos, envió el Canoso á tres de ellos á la taberna de la aldea; el uno para que quedase á la puerta, observando lo que pasaba en la calle hasta el momento en que todos los vecinos estuviesen recogidos en sus casas; los otros dos para que se entretuviesen dentro bebiendo y jugando como aficionados, con el olbjeto de espiar todo lo que mereciese llamar la atencion; y él entre tanto con el grueso de la gente quedó en acecho aguardando el instante oportuno.

Trotaba todavía el pobre anciano; los tres exploradores marchaban á su puesto, y el sol caminaba al ocaso, cuando —Aquí fucra quedan Antoñuelo y Gervasio; me voy con ellos á cenar á la hosterfa, y al toque de oraciones vendremos por usted. Animo, Lucía! no es más que un momento:

—Sí, ánimo-contestó Lucía suspirando, y con voz que desmentia las palabras.

Cuando Lorenzo y sus compañeros llegaron á la taberna, hallaron al perillan que puesto de centinela ocupaba el enzo en casa de Inés y Lucía y les dijo: