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en general; pero en la práctica mucho más condescendiente con los que tenian opinion y cara de bribones.

La cena no fué muy alegre. Los convidados hubieran querido saborearse con ella; pero Lorenzo, preocupado con lo que sabe el lector, y además fastidiado y algo inquieto al ver el continente de los desconocidos, no veia la hora de marcharse. Por causa de aquella gente hablaba en voz baja, y con palabras sueltas y pronunciadas como al descuido.

—Fuerte cosa es-saltó de repente Gervasio-que Lorenzo para casarse necesite...

Interrumpióle Lorenzo con enfado, y Antoñuelo le dijo:

—iCalla, bestia!-acompañando este título con un eodazo.

De esta manera la conversacion fué decayendo hasta el fin. Guardando Lorenzo la mayor sobriedad, se aplicó á dar de beber á los dos testigos con el tino necesario para ponerlos alegres, sin que perdiesen la cabeza. Levantados los manteles, y pagada la cuenta por el que ménos gasto habia hecho, tuvieron los tres que pasar de nuevo delante de aquellas malas caras, y todos se volvieron á mirar como la primera vez á Lorenzo, el cual volviendo la cabeza á poco de baber salido de la taberna, vió que le iban siguiendo los dos que dejó sentados en la cocina. Paróse entónces con sus compañeros, como diciendo: «Veamos qué es lo que quiere esa gente;» pero así que los dos advirtieron que los babian visto, se pararon ellos tambien, hablaron de quedo y volvieron atras. Si Lorenzo se hubiera hallado tan cerca para poder oir las palabras, hubiera sin duda extrañado las siguientes:

—Sería á la verdad un valiente golpe, sin contar con la propina,-decia uno de aquellos matones,-si volviendo á casa, pudiéramos referir que le habíamos sentado muy bien las costuras nosotros solos sin el fachenda del señor Canoso.

—Serfa quizá malograr el asunto principal,-contest6 el otro;-algo ha notado, pues se paró á mirarnos; jay si fuera más tarde! Volvamos, pues, para no excitar sospechas. Mira, por todas partes viene gente; dejemos que todos se nietan en su nido.

Habia, en efecto, aquel bullicio, aquel movimiento que se nota al anochecer en los lugares, y al cual poco despues sucede el profundo silencio de la noche. Venian del campo las mujeres con sus niños en brazos, y de la mano los mayorcitos, á quienes hacian rezar las oraciones de la tarde,