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Página:Los trabajos de Persiles y Sigismunda - Tomo I (1920).pdf/67

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tes de quien la cólera, sinrazón y enojo suelen ser inventores; vieron asimismo que los bárbaros que habían quedado vivos, recogiéndose a sus balsas, desde lejos estaban mirando el riguroso incendio de su patria, y algunos se habían pasado a la isla que servía de prisión a los cautivos. Quisiera Auristela que pasaran a la isla, a ver si en la escura mazmorra quedaban algunos; pero no fué menester, porque vieron venir una balsa, y en ella hasta veinte personas, cuyo traje dió a entender ser los miserables que en la mazmorra estaban. Llegaron a la marina, besaron la tierra, y casi dieron muestras de adorar el fuego, por haberles dicho el bárbaro que los sacó del calabozo escuro, que la isla se abrasaba y que ya no tenían que temer a los bárbaros. Fueron recebidos de los libres amigablemente, y consolados en la mejor manera que les fué posible; algunos contaron sus miserias, y otros las dejaron en silencio, por no hallar palabras para decirlas. Ricla se admiró de que hubiese habido bárbaro tan piadoso que los sacase, y de que no hubiesen pasado a la isla de la prisión parte de aquellos que a las balsas se habían recogido. Uno de los prisioneros dijo que el bárbaro que los había libertado, en lengua italiana les había dicho todo el suceso miserable de la abrasada isla, aconsejándoles que pasasen a ella a satisfacerse de sus trabajos con el oro y perlas que en ella hallarían, y que él vendría en otra balsa que allá quedaba, a tenerles compañía y a dar traza