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Página:Los ultimos romanticos.djvu/50

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¡Qué humilde su cuna!; pero ¡qué buenos y honrados y santos sus dos viejos!

Una lágrima asomó á sus ojos. ¡Bah! El ya sabía bastante; á los dos años terminaba la carrera; con las influencias y las amistades que había adquirido de periodista, de literato, fácil le sería abrirse un gran camino. Y, entónces, montaría él su casa, su hogar, y arrancaría á sus padres de aquella pobre islita de pescadores tendida como una triste esclava medrosa á los pies del volcán, para que vivieran, regalados y dichosos á su lado y al lado de ella,del amor de los amores, nadie más que su Chilang.

¡Qué tiernamente repetía su nombre, la invocaba, la llamaba, mientras la tarde se moría sobre sus advocaciones, la música callaba, y el público desfilaba huyendo, sin que él de nada se diera cuenta...