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—¡Chilang!—¡Chilang!... suspiraba su pecho. Y, en tanto, Chilang, como á un mágico conjuro iba surgiendo ante él, bajo las brumas del ensueño y de la tarde, completamente sóla, léjos del niño y de la criada distraidos, jugando entre las matas.
Dos suspiros sólo. Y luego dos miradas largas, húmedas de ternura y luego sin saber porqué, ellos mismos, juntos los dos sobre el poyo del banco, aterrados de amor.
Ella fué la primera, la valiente en hablar:
—Andong ¿qué hace V?
El se había postrado á sus piés, y entre las suyas retenidas, le besaba las manos locamente. La oscuridad era completa; las lámparas voltaicas de los postes parpadeaban su luz, como los ojos de los dragones encantados de los cuentos de hadas.