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Acta de Pío XI

Que le pidan intensamente lo qué por toda la gente buena deben se deseado sobre todo: que la Madre Iglesia obtenga el goce pacífico de su libertad, que no se ocupe de otra cosa que de la protección de los intereses supremos del hombre, y de la cual, como individuos, la sociedad, en lugar de dar, obtuvo en todo momento los mayores e inestimables beneficios"[1].

Pero, sobre todo, queremos que todos imploren, por intercesión de la Reina celestial, un beneficio particular y ciertamente muy importante. Es decir, que ella, que es tan amada y tan devotamente honrada por los orientales disidentes, no permita estos miserables engaños que les alejan cada vez más de la unidad de la Iglesia y, por tanto, de su Hijo, a quien representamos en la tierra. Que vuelvan a ese Padre común, cuya sentencia acogieron todos los Padres del Concilio de Éfeso y saludaron con aclamación unánime como "guardián de la fe"; vuelvan a Nosotros, que para todos ellos tenemos un corazón absolutamente paternal, y hagan gustosamente nuestras esas tiernas palabras con las que Cirilo se empeñaba en exhortar a Nestorio, para que "la paz de las Iglesias se conservara y el vínculo entre los sacerdotes de Dios permaneciera indisoluble en armonía y amor"[2].

Que Dios nos conceda que, cuanto antes, ese tan feliz día en el que la Virgen Madre de Dios, hecha representar en mosaico por Nuestro antepasado Sixto III en la Basílica Liberiana (obra que nosotros mismos quisimos devolver a su primitivo esplendor), pueda ver el regreso de los hijos separados, para venerarla junto a nosotros, con una sola alma y una sola fe. Algo que sin duda Nos dará una tal alegría, más allá de todas las palabras.

Pensamos que también ahora nos corresponde a Nosotros celebrar este XV Centenario; a Nosotros, decimos, que hemos defendido la dignidad y la santidad del matrimonio casto frente a los asaltos de todo tipo[3] [54]; a Nosotros, que hemos reclamado solemnemente a la Iglesia los sacrosantos derechos de la educación de la juventud, afirmando y explicando con qué métodos debe impartirse y a qué principios debe ajustarse[4].

  1. Ibid.
  2. Mansi, loc. cit., IV, 891.
  3. Encíclica Casti connubii, dia 21 de diciembre de 1930.
  4. Encíclica Divini illius Magistri, 21 de diciembre de 1929.