ción se encuentra siempre en oposición con sus ventajas.
Siempre era Semka el encargado de discutir con los patronos, y desempeñaba su misión con una habilidad verdaderamente artística, exponiendo sus argumentos en el tono de un hombre agotado por el trabajo y aplastado bajo su peso.
Michka le miraba silencioso, guiñando los grandes ojos azules y sonriendo con su benévola sonrisa, como si quisiera decir algo y no se decidiese. Generalmente hablaba muy poco, y sólo en estado de embriaguez era capaz de pronunciar un discurso o cosa parecida.
—¡Hermanitos míos!—exclamaba entonces sonriendo, con los labios trémulos.
Tras este principio tosía y se llevaba la mano a la gargantu.
—Bueno, sigue! — animábale con impaciencia Semka.
— Hermanitos míos! Vivimos como perros.
Peor aún que los perros. Y por qué? No lo sé.
Hay que creer que tal es la voluntad de Dios:
todo ocurre conforme a su voluntad. ¿No es eso, hermanos míos? Sin duda, habremos merecido vivir como perros, porque somos malos. No es eso? Así pues, os digo: merecemos nuestra suerte. Es verdad, o no? Vivimos como merecemos, y, por consiguiente, tenemos que someternos a nuestra suerte. ¿No es eso, hermanitos míos?
—¡Imbécil!—respondía, lacónico, con tono indi-