Nada.
—De eso tengo llenos los bolsillos. Si tanto te gustan les Sagradas Escrituras, debías acercarte a esa señora y decirle: "Tenga usted la bondad, abuela, de leerme un poco... Nosotros no lo oímos nunca, porque nuestra porquería y nuestro aspecto indecoroso no nos permiten frecuentar la iglesia... Y, sin embargo, tenemos alma , como los demás, y la tenemos en su sitio..." ¿A qué no vas?
—En serio, voy a ir...
—¡Anda, ve!
Michka tiró la palanca, se arregló la camisa, se extendió con la manga el polvo por la cara y saltó al suelo.
—¡Te va a echar, demonio!—gruñó Semka con una sonrisa escéptica, pero siguiendo, lleno de curiosidad, con la mirada, a su compañero, que se dinigía por entre las bardanas al quiosco.
Alto, pesado, encorvada la espalda, los brazos desnudos y sucios, balanceando su corpachón y enganchándose en las zarzas, Michka avanzaba con una sonrisa confusa y dulce.
La vieja levantó los ojos al verlo acercarse, y le miró tranquilamente de alto a bajo.
Los rayos del Sol se reflejaban en los cristales y en la montura de plata de sus lentes.
No echó a Michka, a pesar de las predicciones de Semka. El ruido del follaje nos impidió oír la conversación de la propietaria con nuestro compañero; pero vimos a éste sentarse pesa-