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¡Vaya un idiota! ¡Qué sinvergüenza!—se indignaba Semka, al darse cuenta de la significación de aquel acto y de sus consecuencias posibles.

Y jurando de un modo horrible a cada dos palebras, me dijo:

—¡Vámonos en seguida! Va a hacernos prender... Estoy seguro de que le han atado ya codo con codo y de que el vejectorio ha avisado a la policía. ¡Vaya un puerco! Por una tontería puede hacernos ir a la cárcel. ¡Canalla! ¡Badulaque! Es decente hacer eso con unos compañeros? ¡Qué gente más despreciable, Dios mío!...

¡Vámonos!¿Qué haces ahí como un papamoscas?

¿Quieres esperarle? ¡Bueno; al diablo! ¡Espérale, si quieres! ¡Que el diablo os lleve a los dos, sınvergüenzas!... No vienes conmigo?... Entonces...

Me lanzó a la cara un insulto terrible, increíblemente injurioso; me dió un empujón y se alejó con rapidez.

Quise saber lo que había pasado entre Michka y nuestra vieja patrona, y me dirigí lentamente a casa de ésta. No creía arrostrar peligro ni disgusto alguno. Y no me engañaba.

Acercándome a la casa, y atisbando por una grieta de la tapia, vi y oí lo siguiente: La vieja estaba sentada en la escalinata; tenía entre las manos los broches "arrancados con carne" de la