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Biblia, y al través de sus lentes miraba con ojos severos y escrutadores a Michka, que se hallaba de pie ante ella, de manera que yo sólo veía la espalda.

A pesar del brillo severo y seco de sus ojuelos, se veía en las comisuras de los labios de la vieja una expresión dulce: era evidente que se esforzaba en ocultar una sonrisa suave, una sonrisa de perdón.

A espaldas de la vieja, contemplaban Michke tres rostros: dos, femeninos—uno de ellos rojo, tocado con una pañoleta de colorines, y otro con los cabellos en desorden y un ojo vacío, y el tercero, de hombre, con una perilla puntiaguda, unas patillas blancas y un mechón de pelo sobre la frente. El rostro masculino guiñaba sin cesar los ojos, como si quisiera decirle a Michka:

— Márchate! ¡Pronto!

Michka balbuceaba, esforzándose en justificarse:

—Es un libro raro... Dice que somos bestias..perros... Al oírle a usted leer, yo me decía:

"¡Dios mío, qué verdad es eso!" Hay que confesar que somos unos canallas, unos perdidos... unos granujas... Y luego me decía que el ama, usted, es decir, una anciana que quizá no tuviera sino ese libro para su consuelo... Además, los broches, ¿qué pueden valer? Una bagatela... mientras que formando parte del libro, ya es otra cosa... Bueno; me he dicho que era mejor traérselos a la buena anciana... Además, hemos ganado aquí