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algo, gracias a Dios, y tenemos dinero para comer... Comprende usted? Ahora, si usted no manda nada...

¡Espera un poco!—le retuvo la vieja—. ¿Entendiste lo que leí ayer?

—¿Yo? No, yo no soy capaz de entender esas cosas... Nosotros no tenemos oídos para las palabras de Dios... No las entendemos. Bueno, me voy.

—Espera un poco.

Michka lanzó un suspiro de fastidio, que se oyó en todo el jardín, y empezó a bailotear como un oso. Se veía que la explicación comenzaba a aburrirle.

—¿Quieres que te lea un poco más?

—Señora... mis compañeros me esperan.

—No te preocupes de ellos... Tú eres un buen muchacho... Déjalos.

—Bueno—asintió en voz baja Michka.

—¿Los dejarás, verdad?

—Los dejaré.

—¡Muy bien! Eres prudente... Eres como un niño, aunque la barba te llega a la cintura. Eres casado?

—Soy viudo... mi mujer murió.

—¡Por qué bebes? Eres borracho, ¿verdad?

—Sí, soy un borracho... me gusta beber.

—¿Por qué?

—¿Por qué bebo? Por tontería. Yo soy tonto.

Claro que si fuera inteligente, no lo haría—dijo con voz de enojo Michka.

—Tienes razón. Procura ser inteligente... co-

Malva
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