gusto ocupado el lugar de Boles si su corresponsal no hubiese sido Teresa, sino otra mujer de menores dimensiones.
¡Se lo agradezco a usted de todo corazón, señor estudiante! Me ha prestado usted un gran servicio—me dijo Teresa saludándome—. ¿No podría yo, en pago, prestarle a usted otro a mi vez?
—No; se lo agradezco.
— No necesita el señor estudiante que le remienden la camisa o los pantalones?
Aquel mastodonte con faldas me puso colorado, permitiéndose tal suposición.
Nada suavemente, le contesté que no tenía necesidad de sus servicios.
Y se marchó.
Pasaron quince días. Una tarde estaba yo sentado junto a la ventana, pensando en el modo de abstraerme de mi propia persona. Me aburría terriblemente. Hacía mal tiempo; yo no tenía gana de ir a ninguna parte, y me entregaba al autoanálisis. Esto no era muy divertido; pero yo estaba tan sin ánimos...
De pronto, la puerta se abrió; por fin llegaba alguien.
—El señor estudiante no tiene ninguna ocupación urgente?
Era Teresa... ¡Diablo!
—No.Por qué?
—Yo le agradecería al señor estudiante que me escribiera otra carta.