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Estoy a su disposición de usted. La carta es para Boles?

—No; hoy es de él.

—¿Cómo?

—Qué estúpida soy! Me he explicado muy mal. Hoy no se trata de escribirme una carta a mi, sino a una amiga... Es decir, no a una amiga, sino... a un joven... No sabe escribir y tiene una novia... Se llama como yo: Teresa... ¿Ha comprendido usted?... Tendrá la amabilidad de escribirle una carta a la otra Teresa...

. La miré; parecía llena de confusión; sus dedos temblaban... A pesar de lo embrollado de sus palabras, empecé a adivinar...

—Escúcheme, señora—le dije: los Boles y las Teresas sólo existen en su imaginación de usted. Ha inventado usted esas mentiras para hacerme caer en su trampa. Pero usted se engaña. No tengo maldita la gana de entrar en relaciones con usted. ¿Me entiende?

Pareció de pronto extrañamente temerosa y confusa, y empezó a mover de un modo grotesco los labios, queriendo decir algo, pero sin decir nada. Yo la contemplaba, y pensaba que, a lo que parecia, me había equivocado un poco al atribuirle la intención de hacerme abandonar el camino de la virtud y que debía de ser otro su objeto.

—Señor estudiante!... comenzó.

Pero no pudo terminar; de un modo repentino, brusco y como desesperado volvió la espalda y se marchó.