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Pero si no existe!

—¡Jesús, María! ¿Qué importa que no exista?

Yo me lo imagino. Le escribo y me figuro que existe en realidad. Teresa soy yo; él me contesta... y luego, a mi vez, le contesto yo...

Entonces comprendí.

¡Me dió una vergüenza, experimenté un do lor, una pena! ¡Junto a mí, a tres pasos de mi puerta, vivía una mujer a quien nadie en el mundo le había dado muestras de afecto, y se había inventado un amigo!

—Mire usted—continuó—, usted me ha escrito una carta para Boles, yo se la doy a leer a otros, y cuando les oigo leérmela, me hago la ilusión de que Boles, en efecto, existe. Después suplico que me escriban una carta de Boles para Teresa, es decir, para mí. Y cuando me leen esta carta, no me cabe ya duda de que existe Boles, lo cual me hace la vida más llevadera.

—¡Diablo! ¡Vaya una historia!—me dije.

En fin, a partir de aquel día, comencé a escribir puntualmente dos veces por semana cartas a Boles y respuestas de éste a Teresa, que escuchaba ella llorando de emoción o más bien aullando broncamente. En pago de las lágrimas que le arrancaban las respuestas del Boles imaginario, me zurcia gratis los calcetines, las camisas y otras prendas.

A los tres meses, la metieron en la cárcel, no sé con qué motivo. Probablemente se habrá muerto ya..."