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¡Por nada!—contestó ella, sin dejar de reír.

Su risa molestó a Jacobo; le parecía que se burlaba de él. Volvió la cara a otro lado y se acordó de los recados de su madre.

—Dile—le rogaba—, en nombre de Cristo, a tu padre, que tu madre está completamente sola hace ya cinco años... Dile, hijito, que estoy muy vieja y trabajando siempre como una negra, sola del todo, abandonada. Dile todo esto, en nombre de Cristo.

Y la pobre mujer empezó a llorar, secándose las lágrimas con el delantal.

Jacobo, que no se había conmevido con las palabras ni con los llantos de su madre, sentía lástima en aquel momento recordándolos. Y, mirando a Malva, frunció severamente las cejas, dispuesto a decirle algo duro.

Bueno, ya estoy aquí!—gritó Vasily, entrando en la cabaña con un pescado vivo en una mano y un cuchillo en la otra.

Había logrado dominar su confusión, ocultarla en lo hondo de su alma, y los miraba a ambos con cara contenta y tranquila; sólo sus movimientos revelaban cierto desasosiego, insólito en él.

—Voy a encender fuego y vuelvo en seguida ..

Ya hablaremos... Sí, Jacobo... Te has hecho un buen mozo.

Y salió de nuevo.

Malva seguía mordiendo pepitas de melón, y observaba descaradamente a Jacobo. Este procu-