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saco de mano, lo dejó en un rincón y dirigió, a hurtadillas, una mirada malévola a la mujer.

Seguía entretenida en comer pepitas de melón.

Vasily se sentó en el tronco de árbol. Se frotó las rodillas con las manos, y, sonriendo confuso, dijo:

—Con que has venido... ¿Cómo se te ha ocurrido esa idea?

—Ya ves... Te hemos escrito.

—¿Cuándo? No he recibido ninguna carta.

— De veras? Sin embargo, te hemos escrito.

—La carta se habrá perdido, sin duda—dijo enojado Vasily—. Las cartas interesantes son precisamente las que se pierden.

—Entonces, ¿no sabes nada de casa?—preguntó a su padre Jacobo, mirándole con desconfianza.

—¿Cómo voy a saber si no he recibido ninguna carta?

Jacobo contó que el caballo se había muerto, que se había acabado el pan en febrero, que no ganaban nada. Tampoco tenían heno, y la vaca estaba a punto de morirse de hambre. Hasta abril se las habían arreglado como habían podido, y luogo habían decidido que él, después de la labranza, se fuera tres meses con su padre para ganar algo. Le habían escrito. Por último, habían vendido las tres ovejas, y él se había puesto en camino.

¡Pues no sabía nada de eso!—exclamó Vasily. Sin embargo, os he mandado dinero.