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¡No me asustes, Vasia!—dijo ella con tono indiferente y mirando a otro lado.

—¡Y tú no gastes bromas!

—Y tú no me amenaces!

Si no eres razonable, te sacudiré el polvo como a un perro.—gritó Vasily, a cada instante más colérico.

A mí? Me pegarás? — dudó Malva, volviéndose hacia él y mirando con curiosidad su rostro alterado.

—¡Vaya que sí! ¡No te las eches de princesa!

Si te lo mereces, te daré una buena paliza.

—Pero soy yo acaso tu mujer? preguntó ella con acento tranquilo y razonable.

Y sin esperar su respuesta, añadió:

—Estás acostumbrado a pegar a tu mujer por cualquier cosa, y piensas que puedes hacer igual conmigo; pero te engañas: ¡yo soy libre! Soy mi propia dueña, y no le temo a nadie. Y tú le temes a tu hijo: daba vergüenza verte tan cortado ante él. ¡Y te atreves a amenazarme!

Sacudió la cabeza con desprecio y se calló. Sus frías palabras desdeñosas habían disipado la cólera de Vasily. El padre de Jacobo nunca la había visto tan bella, y la contemplaba asombrado.

Dices unas cosas!—exclamó, admirando su belleza.

—Pues aun no te las he dicho todas. Sé que te envaneces con Serechka de que no puedo vivir sin ti, de que me eres tan necesario como el pan. Te engañas. Quizá no sea a ti a quien quiero, ni