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Sin lanzar un grito, silenciosa y tranquila, cayó de espaldas, encarnada, con los cabellos en desorden y, sin embargo, bella. Le miraba con sus ojos verdes, que expresaban un odio frío y amenazador. Pero él, jadeando en su agitación y con—' tento de haberle dado rienda suelta a su ira, no reparaba en su mirada. Cuando clavó en ella los ojos, triunfante y despectivo, vió que sonreía dulcemente. Sus labios temblaron, se dendieron sus ojos, unos hoyuelos aparecieron en sus mejillas, y se echó a reír. Vasily la miraba lleno de asombro. Reía con tales carcajadas, y parecía tan contenta, como si él no la hubiese pegado.

—¿Qué te pasa, endiablada mujer?—gritó el guarda, oprimiéndole brutalmente una mano.

—Vasia, ¿eres tú quien me ha pegado?—preguntó ella con voz queda.

—¡Claro, yo!

No comprendía nada, y seguía mirándola, sin saber qué debía hacer. Tal vez convendría pegarle más? Pero su cólera se había disipado ya, y su mano no volvió a levantarse.

— Así es que me quieres? —preguntó ella con la misma voz queda, echándole el cálido aliento a la cara.

—¡Ah diablo!—dijo Vasily con tono sombrío—.

¡No es así como había que pegarte!

— Vasia! Yo que creía que ya no me querías...

Yo me decía: "Ahora, que ha venido su hijo, me echará por consideración a él..."