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Y Malva seguía riendo con su risa extraña, a carcajadas.

—¡Qué tonta eres!—dijo él, sonriendo a pesar suyo. Mi hijo no tiene derecho a mezclarse en mis asuntos.

Se sintió avergonzado y le tuvo lástima; pero al acordarse de lo que ella le había dicho, repitió con tono severo:

—Mi hijo no tiene por qué mezclarse en mis asuntos. Si te he pegado, tuya es la culpa; no había necesidad de impacientarme.

—Pero si lo he hecho a propósito... para probarte.

Riendo quedamente, Malva apretó su hombro contra el de Vasily, que miró a hurtadillas hacia la cabaña, y la abrazó.

—Diablo de mujer! Has querido probarme, y mira lo que te has ganado. ¡Unos cuantos sopapos!

—No importa—dijo ella con voz firme—. No me enfado, porque me has pegado por cariño, ¿verdad? Yo sabré pagártelo...

Le miró a los ojos, recorrió su cuerpo un ligero estremecimiento, y repitió en voz baja:

¡Yo sabré pagártelo, verás!

El interpretó sus palabras como una promesa muy halagüeña, y experimentó una dulce emoción. Sonriendo satisfecho, preguntó:

—Bueno, ¿y cómo me lo pagarás?

—Ya verás—respondió tranquilamente Malva, euyos labios temblaban.