Y el mar seguía desierto. No se veía nunca sobre la superficie, allá, a lo lejos, junto a la costa, la conocida mancha negra.
—¿Con que no vienes ?—dijo en voz alta Vasily— ¡Qué vamos a hacerle! ¡Nos pasaremos sin ti!
Escupió con desprecio en dirección a la costa.
El mar.
Vasily se levantó y se dirigió a su cabaña, con intención de hacer la comida, volviendo a los pocos momentos y tendiéndose en el mismo sitio, en vista de que no tenía apetito.
¡Si al menos hubiese venido Serechka!—se dijo.
Y se puso a pensar en Serechka. Era éste un sujeto poco recomendable: se burlaba de todos, siempre dispuesto a pelearse con cualquiera. Era robusto, tenía mucho mundo, sabía leer y escribir; pero se emborrachaba. Siempre estaba alegre. Las mujeres se pirraban por él; hacía poco tiempo que había aparecido por aquellos contornos, y, no obstante, se las llevaba a todas de calle.
Sólo Malva se le mantenía a distancia... Pero, ¡demonio de mujer! ¿Por qué no iba? Acaso estuviera enfadada porque la había pegado. Seguramente no sería la primera vez que recibía golpes: otros, sin duda alguna, le habrían sacudido el polvo más firme aún. Lo que es entonces sí que iba a ganarse una buena tunda.
De este modo, pensando ya en su hijo, ya en Serechka, y sobre todo en Malva, Vasily, tendi-