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do en la arena, esperaba. La inquietud iba convirtiéndose en su espíritu en una sospecha obscura, a la que no quería abandonarse. La rechazó y pasó las horas hasta el anochecer, ya paseándose por la arena, ya tendido de nuevo.

El mar empezaba a obscurecerse, y él seguía con los ojos en el horizonte, en espera del bote.

Pero Malva no fué aquel día.

Al acostarse por la noche, Vasily renegaba de su servicio, que no le permitía marcharse a la costa; durmiéndose ya, se incorporó dos o tres veces bruscamente, creyendo oír a lo lejos el ruido de los remos, y miró al mar obscuro y agitado. Allá en la costa, en la pesquería, brillaban hogueras; pero en el mar no se veía nada.

¡Ya verás, bruja!—amenazaba Vasily.

Al fin, se durmió con un sueño pesado.

He aquí lo que había ocurrido aquel día en la costa:

Jacobo se levantó temprano, cuando el sol no calentaba aún y se desprendía de las olas una suave frescura. Salió de su barraca para lavarse en el mar, y al acercarse a la orilla, vió a Malva.

Estaba sentada en la popa de una barcaza anclada muy cerca de la orilla, con las piernas desnudas colgando, y se peinaba los cabellos húmedos.

Jacobo se detuvo y se puso a mirarla con curiosidad.

La blusa, abierta sobre el pecho, dejaba también ver los hombros, blancos y apetitosos.