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bía a qué bellaquerías se refería ella; pero pensó que, sin darse cuenta, tal vez la mirase más que a las otras. Y, sin saber por qué, se sintió satisfecho, alegre.

Mi padre! dijd con negligencia, dirigiéndose por el puente hacia Malva—. Supongo que no te habrá comprado.

Sentándose a su lado, acarició con la mirada sus hombros desnudos, su pecho medio al aire, toda su figura fuerte y fresca, que oila a mar.

—¡Vaya un mújol!—exclamó entusiasmado, luego de examinar a Malva a su' gusto.

Pero no para ti!—le replicó ella lacónicamente, sin mirarle y sin abrocharse la blusa.

Jacobo suspiró.

El mar infinito se extendía ante ambos bajo los rayos del Sol matutino.

Pequeñas olas joviales, nacidas al soplo acariciador del viento, batían suavemente la barca. A lo lejos, como una cuchillada en el pecho del mar, se veía la lengua de tierra. El grueso mástil que allí se alzaba parecía un sedal muy fino que se hundía en el cielo azul; en su punta, el viento hacía ondear un trapo.

—¡ Sí. niño!—dijo Malva, sempre sin mirar a Jacobo. Soy apetitosa; pero no para ti. Y nadie me ha comprado... Tu padre no tiene sobre mí ninguna autoridad. Soy independiente, y sólo vivo para mí. Pero es preciso que no me galantees, pues no quiero ser causa de desavenencias entre tu padre y tú. No soy amiga de querellas. Entiendes'